Como bajo cielo

 

Sus voces se oían como bajo agua. Las imaginábamos como dentro de burbujas como las de jabón, o también aquellas que presentan los sueños en dibujos, y sonreíamos. Nuestras sonrisas se alejaban igual que burbujas, pero estaba difícil de decir que había alguien que les prestaba atención. Por años sucesivos, ninguno de ellos manifestó la curiosidad y tampoco se tomó la molestia de traducir nuestras francas sonrisas. Suponían que eran burbujas perversas, de aquellas que abandonan el mortal antes que éste rindiera su alma, o al mismo momento de la salida del alma, como si el alma, curiosamente, era aire encerrado en unas gemas y no se puede mezclar con el agua. Cuando el crepúsculo se perdía en la noche y del profundo azul, las estrellitas, como pellizcos, se reunían sobre nosotros, nos parecía que todas las burbujas del día, curiosamente, habían sido unas especies de huevos transparentes. Se subían arriba, hacia el estrato tan fino donde las aguas se encontraban con el cielo, al mismo tiempo con el acercamiento de las estrellas hacia las aguas y se reventaban suavemente, como en la sordidez. De una cierta manera todo semejaba con la fecundidad, no tanto con la de las flores como la de los peces que estaban bailando a nuestro alrededor. En las noches de invierno, el lugar de las estrellas se ocupaba por los copos de nieve, pero la fecundidad no cambiaba. Esto fue el ultimo encanto que hemos expresado por palabras, antes de que ellos se presentaran por turno para invitarnos fuera, o en lo que llamaban dentro, incluso no raramente dentro de la vida.

Cuando Ella y yo aprendimos entendernos sin burbujas, el número de quienes nos buscaban se disminuyó. Porque incluso los abuelos, los padres, los amigos y los enemigos se cansan un día, o pierden la esperanza. Solo rezábamos para que no nos lloraran como se lloran los ahogados. Quizás, sería necesario que, aproximadamente un mes antes de la huida, nos disputáramos con todos, que los desilusionáramos cuanto más amargamente, haciéndoles cosas imperdonables, que les abriéramos heridas y arañazos de aquellas que alguien extremadamente apreciado podría causárselas. (Para que se sepa que solo Dios es Dios, me había dicho ella). Pero no lo habíamos conseguido. Incluso, no sabíamos que teníamos deudas en dinero contraídas con alguien -y nos dejó sin burbujas el día en que, hombres y mujeres de diferentes edades, un poco después que se iba incluso el pariente más tolerable, venían uno tras el otro y nos pedían las deudas. Sus palabras las poníamos en versos y nos preguntábamos el uno al otro con los ojos. Los poemas sonaban más o menos como sigue:

Un cigarro sin filtro/un café con azúcar/un té.

Una manzana/dos caquis de semillas negras/una hoja de cuentas.

Diez antiguos leks/cinco nuevos leks/ un dólar

Tres libros delgados/dos libros gruesos/ahora no tiene importancia el autor

Una plumilla/un calamar/un estilógrafo/un bombón

Una emblema/veinte sellos/el perro abigarrado/el canario/

Prismáticos con un ojo, el monóculo con dos lentes, la porta-plumas azul/un paseo en barca/

Dos plumillas/la blusa verde/un pénelo/un cuaderno de dibujos

El anillo de plata/dos perchas/un par de pendientes/corbata con rayos/

Cuatro anillos de oro/dos con piedras preciosas/una con cabeza de águila /

Uno con cabeza de serpiente/un sándwich/dos aceitunas/un jarro/ocho platos/

La viña encima del castillo/dos pollos/la vaca negra/dos gallos/

Y así sucesivamente. Solo Dios no nos llamó siquiera una sola vez, o porque es la nostalgia misma y ve todo, o porque es el dolor mismo y soporta todo, o porque nunca se acaba.

Con el paso del tiempo, los últimos versos se pusieron a engordar, a coger peso, a cobrar rasgos de deudas estatales. Muy raramente, como para evitar el mal de ojo, o alguna magia negra, nos resultaba estar endeudados también con algún beso, o con algún guiño, algún toque al crepúsculo, alguna respiración apresurada, que estropeaba el reposo y los sueños, y también algunos reposos estropeados, algunos insomnios, algunos billetes de cine.

No podíamos responder porque, -para colmo, -podían creernos enloquecidos, o ahogados. Por eso estábamos obligados de comportarnos totalmente como dos ahogados. Pero ¡¿quién era capaz de cosechar violentamente tanto amor, cuidado, dedicación, gracias al naufragio y, además, de unas gentes que, incluso sin faltar, nos daban todo gratuitamente, hasta incluso la envidia, el odio, la deslealtad!?

Si los años no hubieran corrido tan rápido, quizás nos hubiera dolido el hecho de que ellos nos malentienden, o nos consideran por los que no lo somos. Quizás, hubiéramos intentado aclararles, convencerlos de que se trataba totalmente de otra cosa. Pero el tiempo corría diferentemente en el mundo de las burbujas, de las aguas y de los cielos sin fin.

Como si para herir al amor propio, comenzaron, por turno, pero también en pequeños coros, en donde injertaban palabras y sonidos subacuáticos, empezaron un poema que daba la impresión de que intentara de borrar de la memoria a Homero, o también el más productivo entre laudares de montañas.

En un momento dado ella me preguntó con su mirada por si acaso, al tratar de traducir aquellos versos, habíamos incitado o ayudado al tiempo para que corriera más rápido. ¿¡O es que el tiempo corría de esa manera también cuando si te callaras y no ordenaras a las gentes y los seres según una orden que se transforma inevitablemente en tiempo?!

Venga, hijo, hija, fulano, fulana, que te espera tu abuelo, te espera tu abuela, te espera tu mami, te espera tu papi, te espera tu hermana, te espera tu hermano, te esperan tus compañeros, te esperan tus compañeras, te espera la educadora, te espera la maestra, te espera la guardia. Venga, hija, hijo, se nos fue la abuela, se nos fue el abuelo, se nos fue mami, se nos fue papi,

se cayó el muro de Berlín.

Venga, hijo, venga hija, porque las fronteras están abiertas, porque ya puedes hablar abiertamente, sin asustarte, puedes decir lo que quieras, puedes escribir cuanto quieras y todo lo que quieras. Venga,

hijo, venga hija, porque nos hemos reconciliado también con América, también con Rusia y con China también, también con la mayoría de los países de la ex Yugoslavia.

Venga, para ver como se han alzado los palacios, las tabernas, los centros del comercio, los aviones grandes como un barrió. Venga porque se prolongan los caminos que reúnen los corazones, porque han quitado los hilos del teléfono, ahora tendrán teléfonos grandes como una caja de cerillas, llenas de vistas, melodías, nombres, apellidos, pronombres, entrenombres, y números cuanto quieran, y juegos que ni siquiera en sueños los hayan visto cuando

os fuisteis. Venga, para que veas qué vestido de boda te lo hemos cosido, qué traje de conde tienes que llevar en la boda, que zapatos de charol, que corbata, que anillos os hemos comprado,

Venga,

papi, venga, mami, soy yo, ¡¿no me conoces?! Venga, mi corazón, venga mi corazón, ¡¿en que estas pensando?! Venga, tomamos un café a Paris, a Barcelona, a Roma, a Nueva York.

A Abu Dabi, donde

quieras. Venga, la comida esta fría. Venga, hay que pagar el alquiler. Venga, porque nos han cortado la luz. Venga, nos han cortado el agua. Venga porque te han insultado y maldecido. Venga porque he sufrido un sincope. Venga, porque te han condenado a silencio en ausencia. Venga, que está hablando el presidente. Venga,

que se han reconciliado todos los partidos en poder. Venga, que se me ha metido un rancajo en el talón. Venga, que ya estás abuelo, venga, que ya estás abuela, venga, que ya te has retirado, venga, que se han publicado tus memorias , venga que te han cubierto de lodo, venga, que te están alzando en el cielo, venga, que te han otorgado el premio primero, segundo, tercero, tercero bis, premio alentador, venga porque has ganado en la loto, venga que te han despedazado la tierra, venga que te han tomado la casa, venga, que tu fosa del sepulcro curiósamente está escrita bajo otro nombre, venga, que…

La segunda canción del poema, comenzaba y seguía con “Acaso”, con “No”-es, con suposiciones, con dudas y aclaraciones, acompañado con suspiros, con tristes plegados de labros y manos, con sacudidos de cabeza en señal de luto y amargura, como sigue:

¿¡Acaso me oyes, acaso me miras, acaso me sientes?!

No me oye, mi corazón, no le llega la voz, no me sale la voz, está perdiendo mi corazón, a mi niño se lo comen los peces se lo comen las plantas carnívoras se lo comen quien sabe que animales quien sabe donde están sus huesos quien sabe cuando se lo han comido y yo lo busco y lo lloro y me deshago peor que él, peor que ella, peor que ellos.

Entre versos largos, de vez en cuando, se veía alguna visión de líneas como “Como, como así, como asá, porque asá, porque así, ¡he, tú, allí!...” Los nombres se hicieron pronombres, la persona en singular se multiplicó, los tiempos de los verbos se descarrilaron, se quebraron, se marchitaron. Alguna vez hubo incluso insultos, calumnias, escarnios, sonrisas oscuras, que nosotros no sabíamos que habíamos perdido con esa terquedad y con ese silencio y con esa insaciabilidad de uno al otro. Que ya habían pasado quien sabe cuántos años, cuantas invitaciones, cuantos llamamientos, cuantos lamentos, cuantas gentes, cuantas películas, cuantas pérdidas de esperanza, y nuestra insaciabilidad entre nosotros incluso científicamente se podía atestiguar que era, como sigue:

 O desdén, inexplicable odio y venganza hacia ellos,

Enfermedad no estudiada debidamente y por consiguiente, sin medicamento, o peor aún: sin remedio

O amor loco hacia nosotros mismos,

O muerte

O algo más que no encuentra respuesta.

Hemos recordado una vez más, sin quitar los ojos de encima el uno del otro, que no sabíamos donde teníamos nuestros cuerpos y si los teníamos o no; recordamos con una añoranza inédita y con una ternura más allá de la edad los comienzos de aquel suceso y los más sentidos versos de aquel poema. Sabíamos solo que los últimos que recitaron sobre las aguas, o bajo el cielo, eran unos entrecanos encorvados que nos llamaban Papi, Mami y nos echaban cada uno una flor que solo con estrellas, con ojos o con copos de nieve no semejaba. No, nosotros gritábamos con burbujas, entre alegría y amargura, -sin saber si, en un caso semejante, hubiéramos actuado hacia ellos como ellos hacia nosotros, -no, las flores se echan a los muertos, nosotros no os echamos flores no porque no podemos, sino porque vosotros no estáis muertos. Nosotros una tarde salimos alrededor del cine, nada más, que lo sepan bien, nada más, pensamos nadar en el lago por la noche, nos desvestimos, dejamos la ropa en la tronera del bunker, para que no se mojara en caso de lluvia, y nos hundimos para mirarnos en los ojos bajo el agua. Nada más. Después, no sé cuanto duró el tiempo cuando estuvimos divididos, nos acercamos para vernos más claramente, porque curiosamente el agua tiene algo de un cristal sin límite y sin palabras, y dijimos algo que se encerró en una sola burbuja. Pero puede que haya sido algo frugal, infantil, porque ellos se pusieron a buscarnos, a llamarnos, a errar con barcas, prismáticos y palumbarios. ¿¡Quien podía jurar que al otro lado del agua, al otro lado del cielo, o al otro lado en general, estaba mejor!? ¿¡Y si alguien podría jurar, cual sería su valor después de tantos años?! El silencio que se hizo, sabía que no teníamos memoria de peces, ni corazón de piedra, sino solo alma de niños enamorados. 

Traducido del albanes por Petrit Mavrovi